El dolor de la lucidez
Mi deficiente formación literaria
hizo que yo tuviera la necesidad de leer Rayuela tras el visionado de la
película “Lugares Comunes” de Adolfo Aristarain. En ella un profesor universitario
(Federico Luppi) al que jubilan anticipadamente realiza un discurso de
despedida ante su alumnado. En el, además de mostrarles lo que espera de ellos
como futuros profesores de literatura, (muy recomendable para “profes”
http://www.youtube.com/watch?v=oKBGfpHCbYc)
desliza la idea de que Rayuela es la mejor novela de la historia, lo cual fue
la semilla necesaria.
Rayuela es una gran obra, quizás no una obra maestra pero
una gran obra literaria sin lugar a dudas. Para mi gusto, le sobran palabras,
que no capítulos, imprescindibles los capítulos extras. Creo que en algunos
momentos las divagaciones se exageran consiguiendo que el lector tenga que
esforzarse en mantener la atención en el hilo argumental que Cortazar deshila.
Es bien sabido que tiene una estructura novedosa y por tanto
arriesgada. Decía mi madre, el que no arriesga no falla, bien yo creo que
falló. No aporta nada, salvo incomodidad, el hecho de ir saltando de una parte
del libro a otra. Por otro lado, aunque hay algunos capítulos, más allá del 56,
que podrían suprimirse en aras de una mayor brevedad, creo que la mayoría son
literariamente necesarios, en muchos casos son los encargados de cambiar el
swing de la novela.
En mi opinión, tiene un claro aire teatral, destacando tres
actos o noches: la de la fiesta del club, la noche de la muerte de Rocamadour y
la noche de preparación de las defensas.
“De que va Rayuela”
Rayuela en su primera parte parisina, nos traslada a la
tardo-adolescencia, cuando ya se tiene una formación importante en alguna área
pero se desconocen las respuestas. Esas respuestas que todos buscamos; las
respuestas absolutas, como se encargan de apuntarle a su protagonista. Es esa
búsqueda, el camino que nos introduce en la experimentación con nuevas
sensaciones físicas o químicas, a la inmersión en distintas artes o ciencias, o
la redención total a través de la religión. Es el momento de los ídolos y de la
destrucción de los ídolos.
El protagonista esta en ese punto vital, en que sin haber
encontrado las respuestas, comienza a pensar que no las va a encontrar nunca.
“los cansancios en que
lentamente se va sacando del bolsillo del chaleco la bandera de la rendición”
La atmósfera de esta parte me retrotrae a la que encuentro
en el libro “Sobre héroes y tumbas” (1961) de Ernesto Sábato y a la película
“El lado oscuro del corazón” (1992) de Eliseo Subiela.
En la parte argentina, el ambiente cambia de sesgo, y va
entrando en una espiral donde se acaba con una ruptura mental, no se sabe si en
locura. Este ambiente, rallante en la locura, aunque sin entrar en ella, me recuerda la obra de Salinger, El guardián entre el centeno. Sin duda esta
parte es mejor que la primera.
En un principio yo no vi la necesidad de que ambas partes
formen una unidad, aunque es verdad que la visión que tendríamos de Horacio en
Argentina sería distinta si no supiéramos sus peripecias en París.
La obra también se relaciona con Viaje al fin de la noche,
obra que personalmente no he leído.
El viejo almacén de Buenos Aires, tiene un buen ambiente y
una mejor carne. Las mejores empanadillas que he comido y un bife sabroso aunque
hay que reconocer que la colita uruguaya estaba mejor, todo regado con un buen
vino, siendo el de la casa. De postre teoría sobre el consumo del chocolate.
Todo ello tuvo un coste importante (no fue barato, vamos).
(en amarillo añadido después de la comida)